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29.9.12

Kamasutra HamacaSutra

El arte del sexo maya, manual del HAMACASUTRA, legado mexicano para el mundo.
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Hamacas, erotismo y medicina
Una significativa contribución americana.

Al modo que en sus nidos,
que cuelgan de las ramas,
las tiernas avecillas
se mecen y balanzan;
con movimiento blando,
en apacible calma,
así soy yo voy y vengo
sobre mi dulce hamaca
"¡Salud, salud dos veces
al que inventó la hamaca!"

Suspendidas entre puertas,
en medio de la sala,
¡qué cama tan suave
tan fresca y regalada!
Cuando el sol con sus rayos
ardiente nos abraza,
¿de qué sirven las plumas
ni las mullidas camas?
"¡Salud, salud dos veces
al que inventó la hamaca!"

Con estas bellas y sutiles décimas, el médico, literato y patriota colombiano José Fernández Madrid (1789-1830) agradece infinitamente a los creadores de la hamaca por los -quizá- mejores momentos de su agitada vida (Erasto,1982:187-190).

   Conveniente es preguntarse: ¿Quiénes fueron los inventores de la hamaca? ¿Cuándo y cómo se difundieron por algunas regiones americanas? ¿Cuándo entraron a la Península de Yucatán? ¿En qué momento fueron conocidas por primera vez por los europeos? ¿Qué usos se les han encontrado? ¿Qué vinculaciones se pueden establecer entre las hamacas y las prácticas médicas tanto indígenas como occidentales?

   De acuerdo a la documentación disponible, las hamacas tienen su origen en los grupos nativos pertenecientes a la cultura arawak o arahuaca, que se extiende por el norte de Sudamérica, es decir, en los territorios correspondientes a Venezuela, Colombia, Brasil y las Guayanas.

   La difusión regional alcanzó las cálidas regiones tropicales limitadas por las líneas geográficas de Cáncer y Capricornio, por lo que ahora se les encuentra en toda la América ecuatorial desde México hasta el Paraguay.

   El miércoles 17 de octubre de 1492, los hombres de Cristóbal Colón visitaron la isla antillana denominada Fernandina donde encontraron que sus casas "eran de dentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón." Con esta anotación en el diario del explorador genovés se tiene la primera descripción -aunque sea vaga- del menaje americano.

   Luego, el navegante portugués Pedro Alvarez Cabral descubre las costas del Brasil en abril de 1500, y por supuesto, también da cuenta de la existencia de las hamacas.

   No fue sino hasta 1537 cuando el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo en la Historia General y Natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano hace la primera descripción minuciosa de la hamaca.

..bien es que se diga qué camas tienen los indios en esta isla Española, a la cual cama llaman hamaca; y es de aquesta manera: una manta tejida en parte, y en partes abierta, a escaques cruzados, hecha red (porque sea más fresca). Y es de algodón hilado de mano de las indias, la cual tiene de luengo diez o doce palmos, y más o menos, y del ancho que quieren que tenga. De los extremos de esta manta están asidos e penden muchos hilos de cabuya o de henequén (...) Aquestos hilos o cuerdas son postizos e luengos, e vanse a concluir cada uno por sí, en el extremo o cabos de la hamaca, desde un trancahilo (de donde parten), que esta fecho como una empulguera de una cuerda de ballesta, e así la guarnescen, asidos al ancho, de cornijal a cornijol, en el extremo de la hamaca. A los cuales trancahilos ponen sendas sogas de algodón o de cabuya, bien fechas, o del gordor que quieren; a las cuales sogas llaman hicos (porque hico quiere decir lo mismo que soga, o cuerda); y el un hico atan a un árbol o poste, y el otro al otro, y queda en el aire la hamaca, tan alta del suelo como la quieren poner.

E son buenas camas e limpias, e como la tierra es templada, no hay necesidad de ropa encima, salvo si no están a par de algunas montañas de sierras altas donde haga frío (...) Pero si en casa duermen, sirven los postes o estantes del buhío, en lugar de árboles, para colgar estas hamacas o camas; e si hace frío, ponen algunas brasas, sin llama, debajo de la hamaca, en tierra o por allí cerca, para se calentar.

   Precisamente en esta obra aparece por primera vez un interesante grabado que muestra la hamaca suspendida de dos palmeras, sin embargo el artista tuvo evidentes problemas técnicos pues la presentación de la superficie de reposo es presentada en forma vertical, lo cual seguramente resultaba inverosímil para el lector europeo (1959:117-118).

   Fray Bartolomé de Las Casas también las describe con detalle, añadiendo que una buena anchura de la hamaca permite que la persona se acueste en forma atravesada. Además afirma que "quien usa dormir en ellas cosa es descansada", que "son muy limpias" y que en el verano europeo "serían harto estimadas"(1951:214). Esto último resultó profético pues ahora un buen número de hamacas americanas se venden a Holanda, Alemania, Francia e Inglaterra.

   Menos conocido que Oviedo y Las Casas, el fraile dominico Tomás de la Torre detalla en 1545 que en Tabasco y Chiapas, la "Hamaca es una red de cordeles delgados de un [tal] arte hecha que, sin verse, no se puede bien declarar (...) Y en estas duermen comúnmente los indios, los hombres digo..." (Citado por Ruz, 1994:134).

 

Las hamacas en México

La mayoría de expertos del mundo maya señalan que las hamacas fueron introducidas por los conquistadores españoles en la península de Yucatán. Fray Diego de Landa no las menciona en su Relación de las Cosas de Yucatán, sin embargo algunos arqueólogos contemporáneos señalan la existencia de algunas vasijas que representan a dignatarios mayas recostados en algo similar a una hamaca.

   Durante la época colonial el empleo de las hamacas en Yucatán se generalizó, de tal manera que los viajeros, aventureros y exploradores europeos que cruzaron la península en el siglo XIX relatan su uso cotidiano por todas las clases sociales incluyendo ellos mismos. El viajero austriaco Federico de Waldeck en su Viaje pintoresco y arqueológico a la Provincia de Yucatán, 1834 y 1836, recomienda abstenerse de ingerir bebidas alcohólicas, no descubrirse la cabeza bajo lo inclementes rayos del sol y "...cuando está uno forzado a dormir a campo raso, es necesario desvestirse enteramente, envolverse en una frazada y acostarse así en su hamaca".

   El norteamericano John Stephens (1805-1852) y el dibujante inglés Frederick Catherwood (1799-1854) durante las exploraciones en las abandonadas ruinas mayas siempre cargaron con sus inseparables hamacas.

   En el puerto de Sisal, el científico francés Arthur Morelet menciona haber dormido con inmenso placer en la hamaca "...arrullado por el murmullo de los cocoteros y por el ruido lejano del mar (...) este gozo lo sentía plenamente en mi cama aérea".

   Désiré Charnay, otro viajero francés que estuvo en Yucatán en 1882 describe como el mobiliario de la vivienda ocupada por las familias mestizas "...se reduce a la hamaca, uno o dos cofres para guardar los vestidos de los días de fiesta, y una butaca de cuero y de respaldo bajo". También relata como estas hamacas son los "...únicos lechos adoptados por los indios".

   Las primeras fotografías del explorador inglés Alfred Perceval Maudslay en sus recorridos por Guatemala y México muestran la presencia de las hamacas en los campamentos colectivos y en su propio alojamiento en la Casa de las Monjas en Chichén-Itzá. Tal residencia es calificada como "excelente" y añade que "Incluso fuimos capaces de conseguir una cierta comodidad".

   Los viajeros extranjeros en el Istmo de Tehuantepec también dejaron constancia escrita de sus vivencias en las hamacas. El gobierno francés de Napoleón III envió con fines políticos-económicos al abate Charles Etiene Brasseur para informar de las características estratégicas del comercio a través del mencionado istmo antes de la construcción del canal interoceánico en Panamá. En la crónica de su estancia durante 1859-1860 nos deja el siguiente pasaje lleno de lirismo al dormirse al aire libre:

   Una gran hamaca de tejido higiénico en cinco o seis dobleces, me sirvió de colchón y me tendí cubierto por mi cobija, con la cabeza apoyada en mi mochila como almohada. La noche estaba tranquila y serena más allá de toda expresión; una frescura suave y perfumada con emanaciones lejanas de la selva, daba a mis sentidos una languidez deliciosa que contrastaba con el aire caliente y viciado que respiraba algunos minutos antes (en un cuartucho de hotel).

   Por encima de mi cabeza miles de estrellas de oro, de un tamaño desacostumbrado, se desprendían de la bóveda azul que, hasta en sus infinitas profundidades, parecía inundada por una especie de polvo luminoso, donde mis ojos absortos buscaban incesantemente descubrir nuevas constelaciones. Esta insignificancia, con la cual nada se puede comparar en las frías regiones de nuestra Europa, me arrastraba de fantasía en fantasía; yo me transportaba a un mundo ideal, creyéndome en tiempos antiguos (...) En esta contemplación deliciosa poco a poco olvidé el cielo y la tierra, los mosquitos y el rancho (...) mis ojos embotados se cerraron y pronto dormía profundamente.

   El artista alemán Johann Moritz Rugendas (1802-1858) dejará numerosos ejemplos del empleo cotidiano de las hamacas en las zonas tropicales de México, tanto en la costa del Golfo como del Pacífico.

 

Fuente

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